El triunfo de la cerrilidad

`¿Se imaginan que el Alcalde se congratulase por las magníficas infraestructuras ferroviarias de Almería?`

Jose Fernández
23:39 • 16 ene. 2017

Hemos de admitir, que lejos de avanzar en paralelo a los beneficios de la investigación, la tecnología y el sostenimiento de las libertades, la sociedad española está involucionando hacia un modelo tribal en donde las mejoras y cambios antes mencionados sirven para dividir, para enfrentar y para establecer férreas distinciones entre unos y otros. Del mismo modo, cobra cada vez más cuerpo la percepción de que cualquier signo de cortesía o cordialidad con el contrario será interpretado como traición o, como poco, como muestra de debilidad ante el acérrimo enemigo. 
De ahí que sean muchos los que, en el ejercicio de su actividad pública, asuman con naturalidad la negación de la evidencia y prefieran pasar por cerriles y obtusos con tal de no salirse de lo que se espera de ellos. Hablaba el otro día en esta columna sobre los portavoces socialistas de Almería, que habían sido capaces de defender con desparpajo el feo que la presidenta de la Junta había mantenido durante muchos meses, no ya con el Alcalde de Almería, al no querer recibirlo, sino con los casi 200.000 vecinos de nuestra capital, asegurando que la entrevista que solicitó el primer edil nada más ser nombrado en su cargo no había podido producirse “porque la agenda de la Presidenta había estado muy llena”. ¿Durante catorce meses seguidos? En fin. ¿Se imaginan que el Alcalde se congratulase por las magníficas infraestructuras ferroviarias de Almería? En este sentido, no nos debe extrañar que los sectores más tremebundos del madridismo hayan cargado contra un exjugador tan admirable y representativo como Raúl González, por haber cometido el “pecado” de elogiar en redes sociales el juego del también excepcional jugador barcelonista Lionel Messi. ¿Acaso los madridistas normales no sabemos que el argentino es un futbolista descomunal? Pues algo debemos estar haciendo mal cuando la negación de la evidencia se convierte en recurso para evitar ser señalado por el inclemente sanedrín de deontólogos de guardia que nos sobrevuela. 







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