Ligeros de equipaje

Representación de ‘Ligeros de equipaje’ en el Apolo.
Representación de ‘Ligeros de equipaje’ en el Apolo.
La Voz
09:00 • 24 feb. 2017

Y tras escuchar al niño en la calle, llego fuerte al Apolo. Lo necesito para hacer un duro viaje: Ligeros de equipaje. La platea luce llena, siempre fiel a las propuestas alternativas del ciclo Delicatessen. 




Se alza el telón. Un anciano duerme intranquilo, farfulla frases de dolor. Una voz: “Ocurrió en una montaña en 1939. Ahora los turistas disfrutan de la nieve. Nadie diría que hace 78 años por ellas huían 500.000 personas a Francia”. 
Abuelo, cuéntame qué pasó, cómo fue aquella huída desde España. 




El anciano intenta descansar en un desván lleno de recuerdos. No quiero hablar, tú no lo entenderías.  
Sin embargo comienza su narración a regañadientes; el escarnio que supuso aquel éxodo protagonizado por restos del ejército republicano y mucha población civil.




Los actores Javier García y Pedro Rebollo se las ingenian para recrear a más de cincuenta personajes, en un magistral montaje donde las fotos de la época proyectadas sobre sábanas o maletas son determinantes.




En la frontera




Francia: 50 km. Ya no siento la nieve bajo los pies. ¡Al suelo! Siento la nieve en la cara. El nieto se empeña en que le narre un cuento heroico de un republicano de película, donde los malos eran los otros. El anciano se rebela: ¡Aquí no hubo ni buenos ni malos, no te va gustar!  




Los niños y la muerte




Una mujer caminando con su hija a cuestas dirigiéndose a los que van en camión: Llévense a la niña, está muy enferma, es muy buena. No quiero que sea una esclava. Yo soy buen ganado, pero ella no. Prefiero no verla, ella nació libre. 


El odio como epidemia


¿Por qué tanto miedo, abuelo? ¿Tú qué habías hecho para tener tanto miedo? Además, tu hermano era comisario de policía de Franco. 


Y mientras veo la obra, se va perfilando en mi cabeza la voz de mi propia abuela contándome el horror de las denuncias anónimas. En los pueblos se culpaban los unos a los otros: escucha Radio Andorra o nunca va en la fila de la procesión. ¿Cómo se entró en tal espiral de odio? El caso del protagonista es muy gráfico. Dos hermanos situados en bandos diferentes dejan el amor a un lado para seguir respirando.


Dice el policía: Imponemos el orden por las buenas o por las malas. Padre nos educó en la razón, era un maestro de campo que en su vida mató a una perdiz y que se fue al frente dejando a su familia. Estarás sólo un par de días en la cárcel, hermano. Si tú no has hecho nada te soltarán…


El paseillo


Ya en la cárcel el abuelo relata el terror con que escuchaban la lista de todas las noches. En una de aquellas visitas, el capitán entró en la celda y mirándome a la cara me dijo: ¿Tú qué opinas de Jesucristo? Me han dicho las monjitas que no le quieres mucho. Mira, chaval, te voy a decir lo que pienso yo. Ese era un desarrapao, con nosotros no hubiese tenido buen final. A Dios le gusta el orden, como a nosotros, Dios está con nosotros y Jesucristo con vosotros.


Ligeros de equipaje


El abuelo va contando cómo los caminos hacia la frontera se llenaron de gente vestida de domingo con maletas atiborradas de papeles, libros o sábanas bordadas que iban abandonando a los pocos kilómetros, y que los asaltadores de caminos robaban impunemente delante de los dueños.


La verdad


¿Mataste aquel hombre, abuelo? No maté a aquel hombre, bueno, creo que no. ¿Qué pasa, que porque soy tu abuelo no puedo ser un asesino? Es muy fácil serlo, lo difícil es reconocerlo luego. Tú te has sentado en mis rodillas y has abierto la caja de Pandora. Los libros de Historia me dan asco. Yo sólo quería la verdad, abuelo. ¡La verdad no existe, es una puta embustera y te cambia lo que llevas dentro! Me dolía el estomago de hambre, eso era la verdad; me dejé a mi mujer en España, eso también era verdad. 


Campo de concentración


Y una vez dentro de Francia nada fue distinto en mucho tiempo. “Yo no creo que todos seáis criminales, pero muchos sí. Dicen que habéis matado a curas y monjas y que venís a Francia a imponer el comunismo. Tome, cójalo, no vuelva a tirar el pan, que eso es una estupidez.” Nos hacinaron en la playa en un improvisado campo de concentración. La tristeza y la risa iban de la mano. Hacíamos teatros, cantábamos canciones. Reír y soñar es una necesidad vital. El aburrimiento y la disentería es lo que más recuerdo. Todo contaminado, el aire, el agua, las personas. 
¿Quieres que te cuente cómo salí de ese campo? Seguí a un hombre que vino con una botella de licor cantando El cara al sol. “Franco os perdona. Hitler viene de camino y vais a volver a perder.” 


Me alisté al maquis, pero comprendí rápido lo inútil de la fidelidad a mis ideales. Hasta los campesinos nos temían: “No queremos que nos liberéis de nada. Siempre hemos sido esclavos, con la República, con Franco. Machaos a Francia y dejadnos en paz”. 


Nunca volví a España. Todas las navidades me decía, el año que viene vuelvo, pero la España que yo conocía ya no existía. 


¿Para qué has juntado tantas cosas? ¿Qué hacemos con todo esto? Son trastos de los mercadillos que fui comprando por nostalgia. Cosas que dejé en España. Somos resto de un naufragio a los que nadie les ha perdido perdón, ni ha dado ninguna palmadita en la espalda. 


Abuelo, yo voy a contar tu historia… Porque mereció la pena, ¿no?



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