Los comedores para los niños hambrientos

El hijo del escritor Leopoldo Alas y el director del Puerto, Eusebio Elorrieta constituyeron Asistencia Social, una institución benéfica que frenó la hambruna y la miseria

Comedor infantil en la Calle Magistral Domínguez, en una imagen tomada por  Domingo Fernández Mateos en 1934.
Comedor infantil en la Calle Magistral Domínguez, en una imagen tomada por Domingo Fernández Mateos en 1934.
Manuel León
10:03 • 24 sept. 2017

El niño Antonio Martínez Ruiz -al que llamaban Azorín por coincidir en apellidos con  el célebre escritor- oía cada noche  desde su litera la ráfaga de Radio Almería en la que se anunciaba el menú de Asistencia Social del día siguiente. En ese refugio para niños desamparados de la calle Magistral Domínguez, el huérfano se relamía como Carpanta imaginándose en el comedor dándole bocados a un  muslo de pollo brillando sobre el plato de latón.




Azorín había vuelto a nacer, sin él saberlo,  una  mañana de otoño de 1934, cuando el industrial Camilo Cabezas se lo encontró tirado en su puerta de la calle Blasco Ibáñez (actual Obispo Orberá) muerto de hambre y se lo llevó a coscoletas hasta la Casa de Socorro para que lo reanimaran con un litro de leche. Al pequeño de nueve años, con un abuelo borracho por toda familia y la súplica de limosna por toda ocupación, lo recogieron en el albergue de Asistencia Social, lo asearon, le quitaron las liendres y le dieron ropa nueva. En unos meses se convirtió en el joven más aplicados del comedor, pinche del cocinero y jefe de mesa.




Azorín, el pequeño Azorín almeriense, fue uno más de los miles de niños de la ciudad  que en los años 30 del pasado siglo escaparon de la hambruna y de la mendicidad gracias a una de las obras más   conmovedoras que han realizado los almerienses a lo largo de los siglos. Asistencia Social -como el precepto bíblico de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y sanar al enfermo - erradicó la miseria de las calles, cuando Almería era pobre de verdad.
Esta filantrópica institución, nacida en el seno de la bienhechora República, consiguió durante cuatro años que por las calles de Almería ya no se viera a niños carcomidos de tracoma implorando una perrica o a inválidos famélicos a la puerta de los templos de San Pedro o de San Sebastián o a mujeres andrajosas recogiendo cáscaras de patata en la alhóndiga del Mercado.




La hambruna se había enseñoreado de la ciudad del sol en esos años 30 de crisis uvera y minera, de emigraciones en masa a Sudamérica y las autoridades no daban abasto para frenar toda esa vida miserable en las calles.
Acababa de ser designado  un nuevo gobernador civil, Adolfo Alas Argüelles, a la sazón hijo de aquel eximio escritor autor de La Regenta, quien desde su Oviedo natal se sintió golpeado en su alma por el espectáculo de penurias que observaba a diario en cada travesía o callejón de su nueva ciudad. El dirigente republicano se acordó de esas nuevas instituciones de solidaridad con los menesterosos que estaban empezando a florecer por otras ciudades españolas y habló de la idea a algunos dirigentes locales.




En febrero de 1932 se constituyó la Asociación Provincial de Asistencia Social con un grupo de altruistas emprendedores encabezados por el director del Puerto, Eusebio Elorrieta, junto a otros como Antonio Cuesta Moyano, el médico Antonio Fornieles, el sombrerero José Sánchez Ulibarri, el hermano de Colombine Francisco Burgos Segui, José Godoy, Vicente Brotons, Ginés de Haro y Guillermo Rueda, director de La Crónica Meridional. Empezó a funcionar el comedor de Asistencia Social en la antigua Tienda Asilo de la Carrera de Santa Rita, hasta que pudieron contar con un edificio propio diseñado por Guillermo Langle en la calle Magistral Domínguez.




Aunque hoy pudiera parecer ciencia ficción, desde 1932 y hasta que acabó la Guerra, en ese comedor se daban más de 1.200 raciones diarias de lentejas, arroz, carne estofada, con frutas y verduras de la huerta. Hasta entonces, en Almería, solo había existido el antecedente caritativo de la Cocina Económica que se montaba por Navidad y la Sopa de convento con un poco de agua y patatas y nabos flotando.




Asistencia Social funcionó, sin embargo, como un reloj, por el afán altruista de ese grupo de hombres y mujeres de la República. Se sostenía, sobre todo, con las rifas de Iguales que habían conseguido del Gobierno gracias a la insistencia del hijo de Clarín, junto a las ayudas del Ayuntamiento y Diputación, las colectas y donaciones puntuales y las aportaciones de los socios: cerca de 900 almerienses que entregaban una peseta mensual para que esa obra benéfica siguiera adelante.




El edificio de Magistral Domínguez contaba con un comedor, patio para realizar el sorteo, escuela con dos maestros y camas de urgencia. El médico Fornieles daba servicio gratuito en el dispensario antitracomatoso, al igual que Juan José Giménez Canga-Argüelles en el de tocología. 


Cada mes de julio, 50 niños enfermos se iban una semana de colonias infantiles con profesores a respirar aire puro de Laujar, Ohanes o Los Vélez.


También abrió Asistencia Social un taller de costura para que mujeres desarraigadas pudieran coser camisas y pantalones para los niños pobres. Por el comedor de Magistral Domínguez pasaron celebridades de la época como el cantante lírico Miguel Fleta, el oftalmólogo francés Lacarrere, que operó a varios niños, el ministro Salazar Alonso o el arquitecto local Gabriel Pradal.


El presidente Elorrieta, que fue el motor que mantuvo esa institución benéfica orgullo de Almería durante todos esos años, no paró de soñar: quiso poner en marcha La Gota de Leche para los niños desnutridos, un orfelinato, un Grupo Escolar y llegó a iniciar para ello un edificio en la calle Paco Aquino que solo la Guerra y esos años de plomo pudieron detener. 


Asistencia Social languideció tras la contienda, con Elorrieta preso en la cárcel, y el nuevo gobernador, Vivar Téllez, la disolvió en 1940 reconvirtiéndolo en Auxilio Social todas sus dependencias. Llegó entonces el tiempo del Plato Unico y las Cartillas de Racionamiento.



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