Narraciones de lo vivido, entre anécdotas y Cruces de Mayo

Compartiendo simbología con la conocida ciudad murciana, la Cruz de Caravaca revive su propia trayectoria en un coloquio vespertino entre vecinas de la barriada

La plaza de la Cruz de Caravaca cuenta con esta cruz de mármol desde 2005.
La plaza de la Cruz de Caravaca cuenta con esta cruz de mármol desde 2005.
Cristina Da Silva
19:07 • 18 feb. 2018

La Cruz de Caravaca es un barrio con solera. Constituye uno de esos vecindarios cuyos nombres resuenan de cuando en cuando en las esquinas y portales, sin provocar excesivo ruido. Un conjunto de calles y viviendas en las que muchos encontraron su hogar hace unas cuantas décadas.




Este es el caso de Pepi, que cuenta con 49 años de residencia en la Cruz de Caravaca. Y algo similar puede decirse de Mari o de Paquita, con quienes Pepi se reencuentra asiduamente en el centro vecinal. Pero es que se trata también de la historia de Dolores, de Pepita y de Loli, otras tres vecinas que se conocen “desde hace la tira de años”.




Los de siempre
“Prácticamente todos los antiguos seguimos aquí”, comenta Pepi. La mayoría de ellos están ya jubilados. Coinciden casi a diario en el centro de vecinos del barrio. Allí se organizan ese tipo de actividades comunes a estos espacios, como talleres de costura y manualidades. O clases de baile, yoga y gimnasia, en gran parte dirigidas a la tercera edad.




El mencionado grupo de jubiladas evidencia dicha circunstancia. Sentadas en corro sobre sillas blancas de resina, estas vecinas rescatan algunos recuerdos relativos a sus primeras experiencias en la Cruz de Caravaca. 




Historias que contar
“Antes no había nada. No teníamos en los pisos ni agua corriente. Hemos visto una gran evolución”, manifiesta Pepi.




“La principal plaza del barrio es esta”, afirma refiriéndose a la plaza ‘1 de mayo’, en la que se sitúa en centro vecinal. “La hicimos entre los vecinos. La pintamos, plantamos los arbolillos... Todo lo pusimos nosotros. Éramos muy jóvenes”, añade.




Reunión de palomitas
Esos primeros vecinos también acondicionaron el edificio del centro vecinal. Se observa un un claro contraste entre su interior y el exterior. Dentro, las viejas historias discurren entre boles de palomitas, tableros de parchís,barajas de cartas y fichas de dominó. Fuera, se oye el barullo de los niños que juegan en la plaza ‘1 de mayo’, marcado por un trasiego de pies que corretean en torno a los columpios.




Después de construirse esta plaza, la zona empezó a crecer de forma radial, rodeándola. Desde entonces, no ha parado de desarrollarse.


“Ha venido mucha gente nueva y ha habido cambios en muchos aspectos, siempre yendo a mejor”, recalca Pepi.


“Hoy, hay una gran cantidad de personas mayores de 50 años. También se han instalado jóvenes de 35 o así, que han tenido hijos”, detalla.


Pros y contras
Como tantos otros vecindarios de Almería, la Cruz de Caravaca evolucionó de huerta de patatas a zona residencial con todos los servicios. Actualmente, se encuentra plagada de bloques de apartamentos, por un lado, y casas unifamiliares tipo dúplex, por otro.


La modernización del barrio ha incrementado su atractivo, al haber ganado en comodidad y calidad de vida. Sin embargo, el aumento de la población ha originado cierta despersonalización del vecindario. “La asociación de vecinos antes tenía más movimiento. Ahora la gente hace su vida de forma más independiente”, comenta Pepi.


Un claro ejemplo de ello son las fiestas del barrio, que han reducido su tamaño y nivel de participación considerablemente. Las vecinas explican que la feria ocupaba la totalidad del terreno, llegando incluso a juntarse con las fiestas de la barriada de Araceli.


En la actualidad, las cruces de mayo “han quedado más bien en un fin de semana cultural, con algunas actividades, pero ya no son las fiestas grandes y hermosas que teníamos antiguamente”, lamentan las vecinas.


“¡A mí me gustaba la feria más que a un tonto un lápiz!”, exclama Pepita. “Nos traíamos una marcha que no veas”, asegura Dolores.


“Organizábamos cenas, corridas de toros... Y los bailes, que estaban muy bien. Se hacían dos: uno junto a una balsa que ya no existe y otro en lo que es hoy la plaza ‘1 de mayo’. En esos días, tocaba la orquesta y preparábamos comida en la asociación. Cocinábamos en una especie de hornilla que poníamos en el suelo. Luego lo servíamos en la barra”, explica Paquita.


“Esas fiestas existían desde mucho antes de que hicieran la plaza ‘1 de mayo’ y los edificios de alrededor. Siendo yo cría, llenaban la carretera que baja de puestos de turrones y dulces. Y todos los del barrio se vestían de estreno el día de la Cruz”, prosigue.


“Yo recuerdo que se trabajaba mucho para las fiestas, eso sí. Aunque se trabajaba con ganas, porque eran muy bonitas y lo pasábamos muy bien”, añade Pepi.


Finalmente, la Cruz de Caravaca ha sucumbido a la transformación de la ciudad, siguiendo los derroteros propios a la época que nos ocupa: una centralización del ocio en las áreas comerciales y una superposición de la feria de la capital a las fiestas de los barrios; que continúan existiendo, pero van perdiendo fuerza progresivamente.


Pasado musulmán
La asociación de vecinos desde laque el antedicho grupo de jubiladas disecciona la genealogía del barrio no siempre se llamó ‘Cruz de Caravaca’, como se denomina hoy.


Anteriormente, respondía al nombre de ‘Asociación de vecinos Humilladero’, pues la Cruz de Caravaca era conocida como el barrio del Humilladero. La causa de esta denominación se remonta a la época de Al-Ándalus. Y es que, en torno al lugar en el que se ubica la plaza de la Cruz de Caravaca, El Zagal entregó las llaves de la ciudad, tras su rendición ante los Reyes Católicos, en diciembre de 1489.


Idiosincrasia
“La Cruz de Caravaca es un barrio de gente muy animosa. En general, los vecinos colaboran en todo. Son muy solidarios”. Este carácter afable y las floridas cruces de mayo son dos rasgos destacados, según las vecinas de la asociación.


“Es un barrio en el que siempre hemos hecho vida en la calle. Nos pasábamos el día fuera, en las puertas de las casas, en los bancos de las plazas... Nos veíamos a diario”, recuerda Pepi.


“Nosotras vivimos muy agustico. Venimos aquí al centro, nos sentamos, jugamos y, sobre todo, nos sirve para darle a la sin hueso”, agrega Paquita sonriendo.


Y, así, entre risas, estas vecinas ven pasar las tardes, rememorando antiguas anécdotas, comentando novedades o debatiendo sobre el estado actual del mundo.



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