Una pareja de maestros de escuela

José Martínez López fue profesor de la escuela Aneja de la calle Arráez

José Martínez con su esposa Elena Capel en un domingo de paseo por el Parque.
José Martínez con su esposa Elena Capel en un domingo de paseo por el Parque. La Voz
Eduardo de Vicente
17:01 • 25 abr. 2024

Cuando allá por el año 1981 empecé con mis estudios de Magisterio todavía era habitual escuchar los consejos familiares que te recordaban que hacerse maestro era una buena elección porque te aseguraba un sueldo digno y seguro y porque te daba la oportunidad, si te emparentabas después con una maestra, de vivir como un rey. Tendrías los fines de semana libres, te apuntarías a todas las fiestas y puentes de guardar del calendario y además ‘meteríais’ dos sueldos en la casa lo que entonces significaba “reirse del mundo”.



Todos conocimos en nuestros años de colegiales a alguno de aquellas parejas de maestros que para la sociedad representaba el matrimonio perfecto. 



Maestros de escuela eran José Martínez López y Elena Capel Lacasa, dos jóvenes estudiantes de Huércal que en los años 30 coincidieron en Magisterio y ya no se volvieron a separar.



Él, José Martínez era hijo del panadero de Huércal y su familia tenía un negocio rentable que posibilitó que los hijos pudieran estudiar. El niño formó parte de aquella generación de jóvenes escogidos que en los años 20 estudiaron en el colegio de los Hermanos de la Salle de la calle de Almanzor. Estudiar allí era un privilegio para José Martínez, pero también representaba un importante sacrificio, ya que tenía que madrugar como un labrador para estar todos los días a su hora en el centro. Para venir de Huércal utilizaba la tartana que cubría el servicio de pasajeros pero lo que más le gustaba es que en su casa le permitieran coger la bicicleta y pedalear por esos llanos de Dios, escalar la pendiente de la Cuesta de los Callejones y lanzarse a tumba abierta por la Carretera de Ronda hacia abajo hasta desembocar en la Puerta de Purchena



La bicicleta era su vocación y a ella dedicaría después una parte de su tiempo libre cuando se embarcó en la aventura de fundar con otros amigos aficionados al deporte  lo que bautizaron como la Unión Velocipédica Almeriense.



José Martínez y Elena Capel estuvieron juntos durante la carrera y juntos emprendieron su primer viaje, cuando tras aprobar las oposiciones fueron destinados a Sabadell. Allí trabajaban cuando se produjo el golpe de Estado que provocó la guerra civil y de allí se vinieron a Almería buscando protección.



La guerra fue especialmente dura para él, que fue llamado a filas, formando parte de la unidad de Transmisiones del ejército republicano. A pesar de su participación obligada en la contienda, gracias a la colaboración de sus amistades logró salir ileso de las depuraciones que afectaron después a tantos maestros vinculados a la República. Sin responsabilidades políticas, pudo empezar una nueva etapa profesional en la Aneja de la Escuela Normal, que en la posguerra estaba ubicada en el edificio actual del Archivo Municipal de la calle Arráez.



Don José, como era conocido por los niños, dominaba todas las materias y era tan habilidoso que también daba clases de trabajos manuales, mientras que su esposa, Elena Capel ejercía el oficio como maestra de la escuela de niñas de la calle Cámaras, que además de ser su lugar de trabajo era también su hogar, ya que el destino venía con casa incluida. Cuando el Ministerio eliminó aquel pequeño colegio, doña Elena ingresó en la Graduada Calvo Sotelo, que acabaría siendo su destino definitivo.


Fue una etapa fértil en sus vidas: se casaron, tuvieron cinco hijos y nunca les faltó el trabajo. A veces hasta les sobró, ya que José Martínez formó parte de las misiones pedagógicas que iban por los pueblos y por las aldeas de la provincia llevando la cultura a niños y mayores. También dio clases gratuitas de cultura general y dirigió un programa en Radio Juventud ‘Charlas desde mi pueblo’, que tuvo bastante éxito en aquel tiempo.


No teniendo bastante con las clases, las excursiones culturales, la radio y el ciclismo, se buscó un trabajo más y en los años 60 se hizo representante en Almería de los famosos colchones de la marca Pikolín.



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