Entre flores, fandanguillos y alegrías

El recordado socialista Manuel Marín, ex presidente del Congreso, contaba que la noche en la que -después de una larguísima negociación- se logró cerrar el protocolo de adhesión de España a la Unión Europea, la delegación española salió de la sala para reunirse con la prensa y que, después de mirarse emocionados, todos optaron por abrazarse y cantar el “Asturias Patria Querida” a falta de otra cosa más representativa. Hablemos pues de nuestro Himno.  Del mismo modo que nadie sale indemne de la transcripción literal de sus conversaciones telefónicas, pocas cosas resisten peor un análisis de texto que la letra de un himno. Y claro, era de esperar que los comentadísimos versos con los que la cantante Marta Sánchez ha vestido el mudo Himno de España recibieran una descarga cerrada de cachondeo por parte de la bancada más progre. Marta es rubia y creo que no vota a los partidos de izquierda. ¿Qué más quieren? Y es que este revuelo es una nueva aplicación del teorema del consenso imposible: aunque muchos  lo desean, jamás será factible escribir una letra para el Himno que no ofenda a alguien. Menudos somos los españoles. Somos capaces de envidiar y dar por buenas las hímnicas de cualquiera sin reparar en las majaderías que se dicen (sin ir más lejos, “Els Segadors” tiene un aire inquietante al estilo de lo que escribiría Stephen King sobre un asesino múltiple en un campo de cereal) y somos incapaces de ponernos de acuerdo para encontrar una letra que nos represente. Por eso, y porque todos llevamos dentro un solucionador universal, me atrevo a proponer el “Que viva España” de Manolo Escobar como Himno Nacional. No se rían. Podrá carecer de solemnidad, pero tiene una universalidad clara y sonora, muy por encima de elucubraciones poéticas o equilibrios políticos. Entre flores, fandanguillos y alegrías, etcétera. No se rían.