Convertir en “ilegítimas” las deudas

“Si deciden no pagar las deudas, me pregunto cómo podrán seguir financiándose”

Jose Fernández
01:00 • 04 sept. 2015

Los nuevos alcaldes asamblearios y marchosos que han alcanzado el poder en algunas ciudades españolas gracias al apoyo del PSOE y a pactos denominados “de progreso”, han anunciado la celebración de una próxima “cumbre” en la que pondrán en común sus estrategias y proyectos. Me imagino que uno de los puntos en el orden del día de esa reunión será la habilitación de espacios de acogida a los centenares de inversores y empresarios que se están sintiendo atraídos por la gestión de las Carmenas, las Colaus y los Kichis, después de haber anunciado su intención de someter a “asambleas ciudadanas” el pago de las deudas municipales que ellas y ellos consideren “ilegítimas”. Lo de quitar bustos, retirar calles o eliminar himnos está bien, pero conviene pasar ya a cuestiones de mayor calado, como institucionalizar los “simpas”. Y si dejar de pagar las cervezas en un bareto es divertido, excuso decirles lo que puede molar ya que ayuntamientos como los de Madrid o Cádiz le hagan una peineta a sus acreedores. Ya sé que esta medida contaría con el aplauso emocionado de los que piensan que se puede gestionar a través de las emociones, los gestos y los discursos, y que también gustará a los abducidos por el pensamiento mágico del populismo municipal. Afortunadamente no es el caso de Almería, pero si los “alcaldes por el cambio”, como se hacen llamar estos fabricantes de Camelots mochileros, se deciden a no pagar las deudas de sus consistorios, me pregunto de qué modo podrán seguir financiándose en el futuro. ¿Quién va a ser tan majadero como para arriesgar su patrimonio o sus recursos en ciudades con un entorno jurídico tan inseguro? Entonces no habría más salida que el recorte de prestaciones y la subida de impuestos. No hay otra. Podrán seguir estos alcaldes y alcaldesas soplando el caramillo de la regeneración y sacando de sus casas a una procesión de incautos, pero ojito con el cuento de las alcaldías asamblearias, que termina siempre peor que empieza.   







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